Juicios Críticos sobre León David

 
 







Para nadie es un secreto que, en el ambiente literario dominicano, León es algo así como una anomalía. Forma parte de él; sin embargo, al mismo tiempo, lo trasciende. En efecto, en muchos sentidos, exponerse a su obra conlleva automáticamente preguntarse qué es lo que tiene que compartir con los demás escritores del país. Su lenguaje y sus ideas, por ejemplo, son cosas aparte. No sigue las modas del momento, y se sitúa en una esfera completamente suya.

Esto no quiere decir que se considere a sí mismo por encima de esos escritores. Muy por el contrario, desde siempre se identificó con el tejido social e histórico al cual pertenece y al cual, sin duda, hasta escogió pertenecer, ya que, aunque naciera y se criara en el extranjero, León se siente ligado irrevocablemente a la República Dominicana. Es dominicano.

 Por consiguiente, lo que lo hace distinto, una anomalía, como hemos dicho, tiene que ser otro elemento, uno más recóndito y sutil.

Este hecho lo hemos ido comprobando en el decurso de los años a través de la lectura asidua de sus publicaciones y lo notamos nuevamente en el presente libro, Antología esencial (UASD, 2006). Además, nos hemos referido a él en casi todos los escritos que, hasta la fecha, le hemos dedicado a nuestro amigo.

Creemos que lo que distingue a León de la gran mayoría de los escritores dominicanos es el mismo concepto que tiene de la literatura. Éste es un concepto que no siempre tuvo, sino que fue descubriendo y aceptando con el tiempo, haciéndolo finalmente completamente suyo.

Porque, para quien no lo sabe, al igual que muchos escritores de su país, también León empezó desenvolviéndose dentro de la órbita de la literatura entendida en términos puramente sociales. Contrariamente a sus críticos de ahora, nosotros no consideramos el marxismo una insulsa aberración. Como otras ideologías, tuvo su momento histórico. Dentro de la literatura, fue, y sigue siendo, tan respetable como cualquier otra tendencia.

Pero una cosa es aceptar dogmas y repetir eslóganes vacíos, y otra adoptar lo bueno y rechazar lo malo de cualquier posición crítica. Pues bien, en el pasado, León logró hacer justamente esto, mientras que otros escritores simplemente siguieron en el can del marxismo dogmático, no aprendieron nada, y terminaron después en una oposición a ultranza, todo esto en su afán de alejarse lo más rápido posible de lo que ya no era, para ellos, políticamente correcto.

Las modas son modas. Cambian como se cambian las indumentarias. Y esto es exactamente lo que se hizo y se sigue haciendo en el país.

Ahora bien, resulta que, muy temprano en su desarrollo literario, León se embarcó en un importante viaje de aprendizaje. No quiso ser veleta al viento. Más bien, quiso buscar la estabilidad, un puerto seguro.

Esto lo encontró en el concepto de la literatura al cual arribó y que ahora sostiene.

Éste es un concepto tradicional. La literatura no es para todos, dice este concepto; es sólo para unos pocos. No es cosa de masas; es para una élite, para un público selecto.

Sería de necios, ahora, levantar aquí el grito al cielo y quejarse de estas aseveraciones. Lo sería porque, con este concepto, León no entiende de ninguna manera llegar a un juicio social. Su élite es una del espíritu. Su público selecto es un público culto. O sea: aquí se está hablando de literatura en términos de cultura; no se está hablando de ella en términos sociales y políticos, lo cual, como es obvio, pronto degeneraría en un craso racismo, oponiendo una clase social a otra.

Es que este concepto sostenido por León no es nada nuevo. Ni es nada que, tradicionalmente, fuera censurable. Es, y él así lo entiende, el único concepto viable que podemos tener de la literatura. Y de todas las artes, añadimos.

Desde su mismo comienzo, la literatura fue siempre algo perteneciente a una élite. La poesía y la religión eran una sola cosa en el mito. El aedo narraba las gestas nacionales, o sea, de la comunidad, y lo hacía con la ayuda de las Musas. Era divinamente inspirado. Reflejaba no los simples acontecimientos, sino lo que se ocultaba detrás de ellos. Las lecciones morales que los dioses querían comunicar a los hombres.

Por eso, al sostener lo que sostiene, no en balde León trae constantemente a colación, junto a élite, otro término por él muy usado-- belleza. La obra literaria persigue la belleza. Y la justicia, esto es, lo social y lo político, cuando se manifiesta, existe dentro de esa misma belleza. Lo que es bello es justo. Y lo que es justo no puede sino ser bello. Los hechos, pues, son sólo la materia prima que el poeta emplea para llegar a proponer un mundo ideal, lo sublime. Éste no existe en términos concretos. No puede existir. Es una meta inalcanzable, sólo un deseo que nos permite avanzar en la vida y, al mismo tiempo, hacer algo mejor del mundo que tenemos.

Como es obvio, tanto en un ambiente literario dominado por la sociología, como en otro dominado por cualquier otra tendencia crítica, especialmente la última que está muy de moda, la relativista, este concepto que León tiene de la literatura entra en claro conflicto con los dogmas vigentes.

De ahí las acusaciones que, desde largo tiempo, se le han lanzado. Que es un elitista. Que representa ciertos intereses oligárquicos. Que desprecia el ambiente literario dominicano y sus componentes. Que escribe de una forma que nadie entiende. Que está atrasado. Que vive en un mundo abstracto. Etc., etc. De ahí, en suma, lo que lo convierte en una anomalía.

Podemos entender la obra de León si rechazamos estas acusaciones y nos llevamos del concepto que tiene de la literatura, haciéndolo nuestro o, por lo menos, tratando de identificarnos con él.

Porque, de que León tenga una obra literaria en su haber, no hay duda. La tiene. Es vasta. Es excelente. Y está, y debería considerarse, a la altura de lo que se ha realizado en América Latina y en el ámbito internacional.

Desde sus primeras publicaciones hasta Antología esencial, León se ha esforzado por realizar una obra digna de mucho respeto. Esto tanto en términos lingüísticos como de contenido. El lenguaje depurado y selecto, pero no gratuito y de ninguna manera pedante, como algunos insisten en entenderlo, caracteriza sus poemas, ensayos, cuentos y obras teatrales. Sin duda, esta es una espina en el costado de muchos escritores dominicanos, pues adoptaron un lenguaje grosso modo aproximativo y pedestre. Es que León tiene pensamiento. Lo cual se refleja en el uso que hace del lenguaje literario. Sin embargo, muchos escritores dominicanos carecen de pensamiento. Aceptan de todo, imitan e inventan de sana planta. Su lenguaje campechano, del cual hasta llegan a ufanarse a título de actualidad, lo denota inmisericordemente.

¿Y cuál es el contenido de las obras de León? Es el único válido de siempre-- el ser humano, sus glorias y miserias. Estas cosas no han cambiado desde que el mundo es mundo. León lo sabe. Y lo sabe porque acepta lo que acepta toda tradición literaria. Homero habló de ello. Así Virgilio. Así Dante. Así Cervantes. Así Goethe. Son sólo los que quieren estar a la moda que no lo entienden.

Por eso, si nos fijamos en Antología esencial, nos damos cuenta que León cuestiona constantemente esta pereza intelectual. Sus dardos más certeros, por ejemplo, están dirigidos al relativismo literario y cultural de hoy. Donde al plomero se le considera a la par con el poeta, tiene que haber algo que simplemente no encaja. Por lo menos, el plomero resuelve problemas prácticos. Pero, ¿qué ocurre cuando al poeta no se le distingue y hasta se le considera inferior al pelotero, al bachatero y al farandulero? Muchos escritores dominicanos han terminado por aceptar esta situación no sólo como normal, sino como encomiable. Si esto no es pereza intelectual, ¿qué es?

Pero, si vamos a considerar a León como un escritor que rebasa las fronteras de su pequeña isla, es obvio que este discurso suyo tiene que ser válido para otros lares. Y lo es. Lo es porque la pereza intelectual no caracteriza sólo a los escritores dominicanos; desde luego, caracteriza también a escritores de muchos otros países.

Sin lugar a dudas, esto es algo inevitable. Donde no existe criterio, tampoco puede existir profundidad. Y nosotros ya vivimos en un mundo que ha llegado casi a considerarse como algo desechable.

Fatti non foste a viver come bruti,/ma per seguir virtude e conoscenza, les dice Ulises a sus hombres en el Canto XXVI del Infierno de Dante. En su obra, León hace suya esta lección. Ve en la cultura, o sea, en el pensamiento y la expresión de sentimientos profundos, el sine qua non de la supervivencia de la humanidad. Esto es lo que entendía toda la literatura tradicional. Esto es lo que se ha olvidado y que todavía se persiste en olvidar.

Vivimos en un período en el cual el mal gusto está siendo entronizado en el lugar antes reservado a la literatura y la cultura. Cuando este proceso se cumpla, ya los seres humanos no serán lo que en el pasado se soñó que fueran. Y todo habrá terminado.

En este juego final, un libro como Antología esencial tiene mucho que comunicarnos. Y lo hace.

Ojalá tenga muchos lectores, pues. Y ojalá que éstos estén dispuestos a escuchar lo que dice y aprender de ello.

Giovanni Di Pietro 



LAS OBRAS COMPLETAS DE LEÓN DAVID

Poeta, cuentista, dramaturgo, ensayista y crítico de arte, León David le hace honor a la República Dominicana por su larga trayectoria intelectual. Las cumbres que ha alcanzado en los más diversos géneros son envidiables y nos llevan a pensar en otros escritores nacionales que también las alcanzaron. Pensamos, claro está, en figuras eminentes de las letras como Pedro Henríquez Ureña, Juan Bosch, Pedro Mir y Franklin Mieses Burgos. Algunas de estas figuras, como muy bien se sabe, lograron la notoriedad tanto en su país como en el extranjero. Nadie disputaría la universalidad alcanzada por Pedro Henríquez Ureña, por ejemplo, o Juan Bosch o Pedro Mir. Franklin Mieses Burgos, excelentísimo poeta, no tuvo la misma suerte, y se quedó anclado en una reputación sólida reconocida por muchos, pero aceptada cabalmente sólo por un exiguo puñado de gente.  Éste, sin duda, es el mismo caso de León David. Al igual que Mieses Burgos, no solo no ha logrado esa reputación internacional que se merece; tampoco ha logrado que sus conterráneos le acepten en su justa medida. 

            Entendemos que esta falta de reconocimiento y aceptación, local y foránea, de un escritor cuya obra ya alcanza por lo menos una treintena de volúmenes y cubre los más variados y exigentes géneros, es injusta y digna de remediarse. En otras circunstancias y en otros lares que no fueran estos, estamos seguros que la situación sería muy diferente. Su figura y su obra serían aclamadas por todos y estudiadas con provecho por entendidos y no entendidos en la materia. Pero, como reza el dicho, nadie es profeta en su propia patria.

            Hacemos estas observaciones en ocasión de la publicación de los primeros tres tomos de las Obras Completas de León David que los lectores ahora tienen la suerte de tener en sus manos. Los presentes tomos, a los cuales seguirán otros dedicados a los géneros que ha trabajado durante su prolongada actividad de escritor, están dedicados a la presentación de la poesía, la narrativa y el teatro. El primero y el segundo tomo contienen los poemarios publicados e inéditos que ha escrito; el tercero, tres colecciones de cuentos y tres piezas teatrales. Las colecciones de cuentos fueron todas publicadas; las piezas teatrales, también publicadas, han visto repetidas presentaciones en las tablas tanto de éste, como de otros países.

            Largo ha sido el itinerario poético de León David, comenzando con sus primeros versos recopilados en Juvenilia, los cuales reflejan varias tendencias, pero desde un principio siempre con voz propia y original, hasta llegar a sus versos de compromiso social, como lo podemos observar en Poemas del hombre anodino e Intento de bandera, y a los versos ya maduros, inspirados en un concepto bien definido de lo que es la poesía y su importancia en nuestro devenir histórico, como se evidencia en Cincuenta sonetos para amansar la muerte, Arte poética y Carmina, por ejemplo. Poeta de cuerpo entero,  no solo trata los más disímiles temas, sino que no duda ni un solo instante en retomar esos temas que hoy en día son considerados gastados por una caterva de poetastros abanderados bajo el estandarte de una noción acomodaticia de la poesía que acepta todo y todo lo vulgariza irremediablemente. León David, como se sabe, ha hecho suya la forma tradicional del soneto. En esta forma, la cual reinterpreta para expresar nuestros presentes sentimientos, él ve algo así como un ancla para salvar del inminente naufragio al destartalado barco del mundo moderno. 

            Hombre de profundos retos espirituales, León David exhibe una faceta inusitada en las letras nacionales a través de sus cuentos. El hombre que descubrió la verdad (cuentos taoístas), las Narraciones truculentas y Parábola de la verdad sencilla que forman parte del Tomo III, Narrativa y Teatro, son un ejemplo de esto. El interés por la dimensión espiritual de la vida no es un tema que podamos considerar como de escasa importancia dentro de la literatura dominicana. Son pocos los escritores que se han inspirado en él, y quizás la única que lo haya abordado de forma asidua es Delia Weber, en su poesía y sus cuentos. León David hace de este tema un tema cardinal de su obra narrativa. En breves y contundentes composiciones repletas de preciosismo lingüístico y estilístico, él insufla vida a personajes que recitan papeles estelares en la presentación e ilustración del argumento en cuestión. Rastros de esto se encontrarán después en las colecciones de prosas meditativas, como Adentro, y en los aforismos de Huellas sobre la arena, títulos que serán integrados en futuros volúmenes de estas Obras Completas.

            León David siempre ha sido también hombre de teatro. A menudo, actúa en sus propias piezas. Las que son reproducidas en el Tomo III nos demuestran el sentido del drama que posee y su extenso conocimiento del teatro tanto moderno como tradicional. La noche de los escombros es una pieza que aborda la crítica social y política, igual que El sueño de Arlequín. No faltan toques del teatro existencialista en boga en los años en que fueron escritas. La casta Susana, por su parte, regresa al espíritu de la farsa del teatro español del Siglo de Oro. Al leer estas piezas nos sentimos defraudados por el hecho de que él no le haya dedicado más tiempo al teatro. Quizás lo haga en el futuro, para revitalizar un ambiente ya en lastimosa decadencia.

            Pues, bien, ésta, grosso modo, es la figura de León David como escritor e intelectual indudablemente primerísimo en las letras nacionales y no indigno aspirante a similar estatus en las letras universales. Y éste es, también grosso modo, el contenido de estos primeros tres tomos de sus Obras Completas. Como muy bien se sabe, las así llamadas “Obras Completas” no son nunca auténticamente completas, pues siempre se les escapan cosas a los compiladores. Esto es también enfáticamente válido en el presente caso. Lo decimos porque León David se caracteriza por ser un escritor torrencial. Poseedor de una férrea fuerza de voluntad cuando de escribir se trata, creo sinceramente que en su vida no haya pasado un solo día en que no se haya sentado a emborronar alguna hoja de papel con sus composiciones y cavilaciones acerca de casi todo bajo el sol. Estas Obras Completas que ahora ven la luz son, entonces, sólo un primer –y esperamos que de ningún modo un último– intento de dar a conocer al público nacional e internacional los logros de un escritor e intelectual de grandes e indudables  dotes.

            Qué sea éste un día de regocijo. Qué sea una contundente victoria de la literatura, en los géneros de la poesía, el cuento, el teatro y el ensayo, sobre el mundo ya refractario a las artes y al espíritu que hoy en día nos gastamos. A León David vaya nuestro agradecimiento por habernos hecho tan espléndido regalo. Ojalá el proyecto de la publicación de sus Obras Completas en los varios tomos programados sea una realidad lo más pronto posible.

Como su editor, le agradezco mucho a León David que haya escogido a Editora Unicornio como su sello editorial para estas Obras. En los pocos años que llevamos publicando, hemos tratado en todos los sentido de mantener un alto criterio en nuestras publicaciones. Editora Unicornio no es, de ningún modo, una casa editora; es un conjunto de escritores que, ante el alto costo de publicación y el ya casi total desinterés por la lectura en nuestra sociedad, se ha dedicado tozudamente a salvaguardar el poco espacio que les queda a los amantes de las letras. El núcleo de este proyecto editorial, que incluye a Luis Beiro Álvarez, Alex Ferreras y el que esto escribe, le da una fraternal bienvenida a León David como uno más de su equipo de trabajo.


                                                                                  Giovanni Di Pietro
                                                           (Universidad de Puerto Rico en Carolina, 25/4/13)








Otros juicios críticos 


“La poesía es, en contra de lo que se piensa, oficio útil y necesario, pues torna la existencia grosera y ruin en luminosa fruta y agua fresca. Una poesía, conviene advertirlo, que en el caso de León David muestra la marca de la lírica pura, enmarañada de hermosos vocablos, de expresiones elevadas y meticulosas: La frase que requiebra y  enamora/ La que el cristal de la mañana labra,/La casta, dulce, musical palabra/Que el viento esparce cual fragante espora. Una palabra, en definitiva, inserta en el mundo pero inmune a sus indelicadezas y agruras, a sus mentiras y engaños. Una palabra que es, en el fondo, una verdadera lección ética.”



Carlos X. Ardavín


“En fin, que en sus ensayos, apotegmas, teatro, cuentos y poemas, León David se ha hecho ostra o esponja que absorbe y abreva en las ricas fuentes de la vida, el saber y el sentir, pasarlo por su tamiz y hacer su manera particular de escribir y pensar. Tan característica que si encontrásemos una página de sus escritos sin su firma, descubriríamos a su autor, porque hallaríamos en ella las perlas de su estilo propio.”



Juan Freddy Armando



 “Porque, de que León tenga una obra literaria en su haber, no hay duda. La tiene. Es vasta. Es excelente. Y está, y debería considerarse, a la misma altura de lo que se ha realizado tanto en América Latina, como en el ámbito internacional más vasto.”.



Giovanni Di Pietro


“En fin, León David trabaja laboriosamente el lenguaje con el propósito de que surja una adamantina poesía que nos embelesa por su talante alusivo y simbólico, musical y metafórico, insinuante y sorprendente.”.



Francisco Almonte

“León David no teme la Belleza. No le perturba en lo más mínimo la idea de que su verbo pueda deleitarnos. Su voz es tierna, generosa, limpia de turbios resentimientos y obcecaciones parricidas. Nada tan ajeno, tan visceralmente opuesto a su natural propensión, como la pose iconoclasta y necia de quienes se complacen en torturar sus audiencias con cínicos alardes de salvajismo ilustrado, con brutales y puntillosas demoliciones de todos los primores de las viejas armonías. Le repugna la malsana y rencorosa petulancia de quienes tuercen la palabra para tejer madejas infernales con las que encubren sus castrados fervores. Las consignas de “reto” y “desafío” que desde su flaqueza trompetean, le resultan ridículas y acreedoras de lástima: no  habita el espacio oscuro donde entroncan la palabra y la lógica de poder. Suya es la esfera de la transparencia. Es lo bastante fuerte para ser amoroso, para dar gracias por los dones, para mecer su canto en la nostalgia, para brindarnos –cuando le es dado- el bálsamo de la belleza.”.
Nelson Julio Minaya






Semblanza
por Ofelia Berrido

Es un motivo de gran satisfacción para mí presentar al escritor: poeta, narrador, ensayista, crítico y profesor Juan José Jiménez Sabater.

Buscaba una palabra que pudiera definir a este magnífico hombre cuando pronto surgió la precisa: ESTETA, que lo define perfectamente, porque él es un amante de la belleza que tiene el don mirífico de manifestar su esencia en cada una de sus obras. Llevándose de las aseveraciones de Teófilo, uno de los personajes de su obra Jenócrates (o el desagravio de la Estética), León David ha encarado la grave cuestión de conferir sentido a su existencia… Óigase bien, conferir sentido a su existencia, asunto vital que como bien es sabido es el trabajo más difícil y gratificante que puede emprender el ser humano. Este escritor y poeta a través de la estética ha hecho frente a esta misión, venerada y dolorosa con el propósito de conocerse a sí mismo y así eliminar el dolor profundo, la angustia y la incertidumbre que acompaña al hombre en el curso de su vida. Observando sus últimas obras, me luce que para él se ha convertido, en un asunto apremiante la búsqueda del conocimiento primigenio, de la sabiduría oculta tras el velo de Isis. Creo, sin dudas, que el camino que él ha elegido le llevará algún día al desvelamiento de los secretos del ser.

Oírlo hablar es surcar junto a él los espacios de los espíritus elevados. Su palabra encanta, capta todos los sentidos, deleita y nutre porque la verdad envuelta en su poesía toca las fibras más profundas; entonces el corazón late al ritmo de la armonía de sus versos y quisiera uno que su canto fuera eterno. 

León David es un amante de los clásicos y yo a veces pienso que se escapó del mundo grecolatino por alguna singularidad del espacio-tiempo y que es el alma de uno de los filósofos de oriente, o uno de los grandes poetas reencarnado.

El aliento de su palabra nos eleva a los mundos de los dioses del Olimpo y al mismo tiempo su ser en experimentación nos muestra las profundidades más oscuras del Hades de donde el alma necesita, escapar presurosa hacia la luz de la sabiduría. El canto sublime y único de su poesía nos deslumbra y subyuga guiándonos como hechizados por el camino de la verdad que yace en la belleza del universo.

Como cuando nos dice en el segundo de sus Cincuenta sonetos para amansar la muerte:


…Más allá de esta piel y esta pupila
Donde el mundo parece que se agota
Algo espera por ti grande y profundo:


 El astro misterioso que titila
El agua inescrutable que borbota
Y la esquiva verdad que arropa al mundo


Este poeta soñador es un hombre con suerte, de esos que según cuenta el mito de Aristófanes en el Banquete de Platón luego de ser perdonado por Zeus fue capaz de encontrar su otra mitad para con ella reencontrar el placer de la vida. León David y María se complementan y desposados por amor son almas que se unieron en este mundo por el arte y para el arte. El es un hombre de familia en el sentido propio de esa expresión; es un padre ejemplar y solidario y un hijo amoroso que en la tercera edad de su madre, artista y cantora de versos, la mima y la apoya con ternura.

León David vino al mundo bendecido: a temprana edad descubrió su dharma, sabe a lo que vino, conoce su deber y como monje consagrado lo ejecuta, ha llegado a alcanzar el desapego a lo material y se entrega a su arte por amor. Cada día, al amanecer, se despierta con la música de Orfeo e inspirado por su relieve trascendente escapa de sus brazos cuando el Sol aún duerme y Venus muestra su esplendor para sumergirse en una actividad creadora asombrosa, y producir un libro tras otro, sin descanso, lleno de profundidad y visión.

Me acerque a él por la gran admiración que sentía por su arte y hoy lo admiro más que nunca: como persona, como escritor, como poeta que esta en contacto con lugares etéreos.

Juan José Jiménez Sabater -León David- dominicano nació un 25 de junio de 1945 en La Habana, Cuba, país donde su padre, el eminente dominicano Juan Isidro Jimenes Grullón había encontrado asilo huyendo de la tiranía Trujillista, siguiendo sus pasos, vive y se educa en varios países: Puerto Rico, Cuba, Venezuela, Francia, España, en fin… En la Universidad de Mérida, Venezuela obtiene su título de Licenciado en Letras.

Desde hace tres décadas funge como catedrático de Letras y Artes en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, institución de la que fue también Director del Departamento de Letras y Director de Extensión Cultural.

Ha sido Encargado de Relaciones Internacionales del Museo de Arte Moderno 

Director de la Escuela de Teatro del la Dirección General de Bellas Artes 

Embajador de la República Dominicana en la Argentina

Ostenta el cargo de Embajador Adscrito a la Secretaria de Estado de Relaciones Exteriores

Colaborador de los más importantes diarios de circulación nacional.

Creador y co-director del Suplemento Cultural AQUÍ del desaparecido periódico La Noticia

Creador y director del Suplemento Cultural Critica del también desaparecido periódico El Siglo.

Ha representado el país en muchos eventos internacionales relacionados con las letras y la cultura, entre otros en Martinica, México, Venezuela, Argentina e Israel.

Es miembro de Número de la Academia Dominicana de la Lengua

Miembro correspondiente de la Academia de la Lengua Española

Miembro de Número de la Academia Colombiana de las Letras

Miembros de la Sociedad de Escritores de Argentina 

Jurado de importantes concursos literarios como el de Casa de Teatro y el Concurso Nacional de Literatura de la Secretaria de Estado de Educación en dos ocasiones.

Las obras hasta ahora publicadas por este literato y pensador son las siguientes.

Narrativa 
• Narraciones truculentas
•Parábola de la verdad sencilla
•El hombre que descubrió la verdad

Poesía 
•Poemas
•Compañera
•Poetizaciones
•Poema del hombre anodino
•Poemas del hombre nuevo
•Trovas del tiempo añejo
•Intento de bandera
•Guirnalda
•Los nombres del olvido
•Carmina
•Cincuenta sonetos para amansar la muerte
•Antología esencial
•Poemario infantil Margarita y la nube
Ensayística y Crítica
•Adentro (dos volúmenes)
•Cánepa
•Una aproximación a la pintura metafísica de Jaime Colson
•Cálamo recurrente
•Maria Aybar o la magia del color y la luz


Dialogo Filosófico 
•Diotima o de la originalidad
•Jenócrates o en desagravio de la estética

Aforismos 
•Huellas sobre la arena


Dramaturgia 
•El sueño de Alerquín
•La noche de los escombros


En vías de publicación el ensayo 

•Al correr de la pluma


Tres libros estudian su obra:
 •Intimismo en la poética de León David (Autor: Francisco Almonte)
•Teoría y Práctica en la Poética de León David  (Autor: Miguel Ángel Fornerín)
•León David, Un Homenaje (Autor: Giovanni di Pietro)


Este meritorio escritor ha obtenido los siguientes galardones: 
• Premio Talía en el género de dramaturgia
• Premio Biblioteca Nacional en el genero poesía 
• Premio Pedro Henríquez Ureña en el género ensayo.






“Juan José, por supuesto, es clásico. (…).Y lo que es mucho mejor, jamás lo niega. Comienza en el más antiguo de todos los presentes para rehacerse en la añoranza  que fue ilusión y trampa que todo poeta quiso vencer, por convertirse en el desafío de catorce barrotes que confinaban la concreción de un convite de arduos peligros, encuentra en León David a uno de sus adalides, con nada menos que una   muestra de oficio para cada maestro.”
                                                                       José Bobadilla
“Se da en la poesía de León David una condición subyacente, una actitud del poeta frente al quehacer poético, que no puedo sino llamar apriorística, puesto que impregna, configura sustenta sus bondades específicas. Dicha actitud no es otra que su pureza expresiva, o lo que es igual, su acendrada vocación clasicista. (…) Y maravilla descubrir en este diáfano cultor de la clasicidad la integridad de una conciencia que osó repudiar, contra toda esperanza de consenso, la mordaza aberrante del realismo social; la alteza de un espíritu que ha rehusado servirse de esa paila dantesca de retruécanos donde los ultra de toda especie aderezan sus confecciones literarias y engordan sus infladas egolatrías; la sensibilidad incólume, en fin, de alguien que pudo rebasar, sin lesiones visibles, las mil alevosías del terrorismo telqueliano.”
                                                                      
 Nelson Julio Minaya
“En buena medida, en la práctica poética de David se siente el influjo del fundamento teórico del misticismo chino, especialmente del taoísmo, doctrina fundada por Lao-Tse antes de que surgiera el cristianismo. De ahí que el símbolo del corazón sea de uso recurrente por parte del poeta como espejo que refleja, de forma natural, el orden universal en la intimidad del ser humano y sirve de enlace entre él y lo infinito, tal como lo preconiza el elevado corpus espiritual de la referida doctrina oriental. En adición a la aprehensión del cosmos material cual brumoso espejismo, al estilo del budismo Zen, León enlaza la palabra con el pensamiento y logra pulimentar una adamantina poesía que constantemente emite sorprendentes destellos desde la interioridad hasta la inmensidad cósmica.”
                                                                                  Francisco Almonte
“El plan poético del poema, que practica León David, se diferencia esencialmente de la poesía contestataria dominicana de las últimas generaciones. Su diferencia reside en la elección temática y la forma en que es utilitaria la poesía. Los poetas llamados poetas sociales o políticos han tomado casi siempre los temas locales, nacionales y regionales. La caña o la explotación de los braceros. La tierra o los hechos agraristas. La patria o el enfrentamiento a las invasiones norteamericanas. Todo esto queda en lo regional, en lo nacional. Para León David la política del poema es universal. No para el partido, no para la ocasión, sino que perdura y es contestatario en todos los tiempos y en todas las sociedades.”
                                                                       Miguel Ángel Fornerín
“La poética de León David –amplia, viva, intensa- surge de variadas motivaciones y transmite un conjunto de sensaciones vitales, con las que puede definirse toda una estética de la tensión creadora como acto que viabiliza los impulsos contrarios con los que se construye y levanta el ideal regenerador de la poiesis.
León David es un poeta ubicado más allá de toda configuración limitativa de la poesía y de cualquier encuadernamiento literario. Su obra, apegada a los rigores de una formación humanista de invariable conducta, está concebida dentro del único canon posible para un poeta de sus luces: el de la necesidad vital que tiene como hombre sensible de invocar la palabra para comunicar sus aprensiones y sus interrogantes, sus temores y sus dudas; para perseguir sus sombras y sus silencios, sus deseos y maravillas; para consagrar sus sueños a la inviolable pasión por la palabra.”
                                                                       José Rafael Lantigua
“Mi querido y admirado poeta:
Acabo de terminar lo que solo es el esbozo de una primera lectura de tu libro Poemas del hombre anodino.
Mi primera impresión es la de que estaba en presencia de una auténtica poesía. Además, de un texto literario de primer rango, bien articulado, maduro, placentero y, sobre todo, profundo. (…)
La obra me parece admirable. Es una invitación a la reflexión por vía del deleite. No sé por qué leyéndola pensaba en el Quijote. Acaso por el personaje lleno de humildad, y uno va descubriendo en él la fuerza recóndita de la realidad. Es esto lo que hay de fascinante en la poesía y en la obra de arte en general. Es una especie de introducción a un mundo desconocido, o quizás solo entrevisto, pero que de improviso se carga de luz. Y uno se descubre entonces envuelto en un acontecimiento. Te felicito con el mayor entusiasmo.”  
                                                                       Pedro Mir
“León David no teme la belleza. No le perturba en lo más mínimo la idea de que su verbo pueda deleitarnos. Su voz es tierna, generosa, limpia de turbios resentimientos y obcecaciones parricidas. Nada tan ajeno, tan visceralmente opuesto a su natural propensión, como la pose iconoclasta y necia de quienes se complacen en torturar sus audiencias con cínicos alardes de salvajismo ilustrado, con brutales y puntillosas demoliciones de todos los primores de las viejas armonías. Le repugna la malsana y rencorosa petulancia de quienes tuercen la palabra para tejer madejas infernales con las que encubren sus castrados fervores. Las consignas de reto y desafío que desde su flaqueza trompetean, le resultan ridículas y acreedoras de lástima: No habita el espacio oscuro donde entroncan la palabra y la lógica de poder. Suya es la esfera de la transparencia. Es lo bastante fuerte para ser amoroso, para dar gracias por los dones, para mecer su canto en la nostalgia, para brindarnos –cuando le es dado- el bálsamo de la Belleza.”
                                                                       Nelson Julio Minaya
“Pero León David no sólo es la tristeza en sus asonadas de vacilación, ni la recuperación de moldes abjurados en los cuales acomodarse para esgrimir su canto. La belleza tiene tanto su instante de ser como su misterio para el asombro. Y al ir cumpliendo con el nacimiento de una obra que se desborda sin mientes, libro tras libro, atenida a los escrúpulos y al propósito de fundar para todos la peculiar novedad de sus aciertos, nos encontramos con el hombre que no sólo se siente golpeado por la vacuidad y la impermanencia, por la imposibilidad del yo de vivir desde sí en el escenario del cual es consciente. León David también se cuestiona y cuestiona, se pregunta y pregunta, cierra las manos hasta el puño a un mundo que denuncia porque no es posible quererlo, porque no puede quererlo, porque simplemente su íntimo y sin embargo tangible órgano moral no lo quiere,”
                                                                       José Bobadilla


 
“El lector de Intento de Bandera tiene en sus manos uno de los grandes libros de poesía social escritos en la lengua española.”
                                                                       Juan Bosch




Si en nuestro país hay un intelectual de las últimas generaciones que no necesita presentar credenciales, ése se llama León David. Los partos de su fecunda imaginación –ora en ensayo o en poesía, ora en reflexión de auténtico filón filosófico o en crítica de arte o en literatura- se esparce por este zarzal, por esta aridez de guijarro que es nuestro mundillo cultural, regándolo con su savia revitalizante. En medio de esta ola de desatino, tanto en prosa como en verso, él es una flor de invernadero, un incansable cultor de los bienes del espíritu.”
                                                                       Aristófanes Urbáez
“… Para León la poesía que no es canto, que no busca la belleza, no vale la pena. Es el ideal lo que se persigue, y, como todos sabemos, aunque sea imposible alcanzarlo, él no se rinde en su perenne búsqueda de lograrlo. Es esta búsqueda lo que le da sentido y propósito a toda su obra.(…) …mientras los demás escritores han terminado por echar las manos por alto y rendirse ante la mediocridad farandulera y el relativismo postmoderno, vergonzosamente aceptándolos y haciéndolos suyos, nuestro amigo escogió conscientemente tomar el otro sendero, regresar a la tradición, al verso bien cincelado y de preclaro contenido. Como antídoto a todo lo que ocurre en nuestros días.”
                                                                       Giovanni Di Pietro
“La poesía es, en contra de lo que se piensa, oficio útil y necesario, pues torna la existencia grosera y ruin en luminosa fruta y agua fresca. Una poesía, conviene advertirlo, que en el caso de León David muestra la marca de la lírica pura, enmarañada de hermosos vocablos, de expresiones elevadas y meticulosas. (…) Una palabra, en definitiva, inserta en el mundo pero inmune a sus indelicadezas y agruras, a sus mentiras y engaños. Una palabra que es, en el fondo, una verdadera lección ética.”
                                                                    
   Carlos X. Ardavín
“Las Narraciones truculentas son testimonio de un dominio expresivo. Que logra sintetizar acciones caracterizadoras de los prejuicios sobre el poeta, la mujer y los filósofos. Es humor que hace diana; es narración clásica, que tiene su origen en las leyendas orales. Narraciones que pueden ser puestas fácilmente en boca del pueblo. Así es la poética de León David, enlazada por un propósito humano, que forma su estilo, sencillo y comunicativo. Estructuras simples de una obra escrita con maestría lingüística.”
                                                                       Miguel Ángel Fornerín
“En un país que se preciara en distinguir a sus más altos valores culturales, y que, a su vez, estuviese atento a la producción de sus más representativos creadores literarios, esta obra de León David (Parábola de la verdad senilla) constituyera un suceso de primer orden.
“Este es un tipo de libro de los que no se dejan para continuarlo mañana. Se lee de un tirón, como si uno quisiera arrancar de inmediato con el Caminante por los caminos futuros de un mañana que podría ser una novedad inquietantemente dulce, si se hiciera luz en nosotros la enseñanza del profeta-protagonista de la historia.
“Si León David en vez de ser dominicano, hubiese nacido en otra geografía donde la lectura fuera, por lo menos, un pasatiempo útil, y donde el empuje editorial fuera una realidad luminosa, su sibro sería, sin discutir, un auténtico best-seller. Pero, a lo mejor, los lectores dominicanos lo descubran, y lo eleven como se merece. Ojalá. Y quién sabe.”
                                                                                  José Rafael Lantigua
“Dejemos al lector que lo compruebe, lo deguste y, en el mejor de los casos, lo ponga en práctica en su propio vivir. Ya bastante ha logrado León, como sólo un gran artista podía hacerlo, al destilar tan pulcramente la esencia del Tao, y al escanciar su néctar en pasajes de hermosura y limpidez embriagadoras. En realidad cada uno de estos cuentos (de El hombre que descubrió la verdad) es un bellísimo poema. En cada uno presentimos el numen que hace morada en esos hechizados paisajes chinos, hechos de roca y agua, de fronda y bruma, en donde se adivina la figura silente del sabio iluminado, del todo inmersa en la armonía cósmica.”
                                                                       Nelson Julio Minaya
El hombre que descubrió la verdad, es una recopilación de sabiduría y altas vivencias que dan buena cuenta de la vida interior del autor. No es un conjunto de cuentos que se podrían forjar con una dosis de fantasía: implican reflexiones, vivencias y un cuidadoso estudio del libro sagrado del taoísmo, el Tao Te Ching.
“León David acude a la paradoja y halla en ella la rica cantera de donde salen las enseñanzas de los sabios taoístas y también de los monjes budistas.
“En un fin de siglo y de milenio repleto de craso materialismo y fría mentalidad crematística y consumista, viene este libro a reiterar el afinado lenguaje de la luz espiritual y la libertad que da el desprendimiento.”
                                                                       Eduardo Mora Anda
“Esta identificación entre los personajes del libro y el mismo lector nos dice que El hombre que descubrió la verdad es un libro que funciona como debería funcionar y una indudable creación literaria de alto calibre.
“Es importante notar esto. Lo es porque sin calidad literaria, un libro termina sólo en el fracaso. ¿De qué serviría El hombre que descubrió la verdad, si fuera nada más que una obra mediocre y carente de aliento artístico? Sería sólo uno más de los muchos oprobios que la literatura dominicana, desgraciadamente, ha dado a la luz, con la inevitable vergüenza que de eso resultaría. Este libro de León tiene, pues, calidad literaria de sobra. Entonces es un libro que honra  a la literatura nacional y no la denigra, como ocurre con tantas otras publicaciones, aunque se encuentren curiosamente entre las más aclamadas.”   
                                                                       Giovanni Di Pietro


LEÓN DAVID O LAS PERLAS DE UN ESTILO PROPIO. Por Juan Freddy Armando

¿QUÉ ES UN AUTOR?

Cuando hacemos andar nuestros ojos sobre la obra de León David encontramos que es verdaderamente un autor. Esta afirmación habrá de sorprender al lector, porque si publica un libro –y ha publicado ya varios- se presume que ha de ser necesariamente un autor. Sin embargo, no tiene que ser así. Hay cantidad de libros publicados en nuestro país y el mundo por personas que no son autores en el sentido exacto, preciso de la palabra.

Son, diríamos que escribientes o diletantes, en vez de escritores. ¿Por qué no son autores? Porque no han logrado un estilo, un enfoque particular que dé identidad propia y valiosa a sus pretendidas creaciones; no han alcanzado un sello que los separe y destaque en el montón de letras que se lanzan constantemente al aire, y muestre los aportes que hace al mundo creador, científico o tecnológico. De este modo cumplirían con lo que muy bien define el Diccionario de la Academia de la Lengua Española al autor: “Persona que es causa de algo”, dice la primera acepción, y la segunda –mi preferida- “persona que inventa algo”. Podríamos abundar más en la discusión de esta idea, investigar la opinión de Buffón, Bousoño, Pedro Henríquez Ureña, Italo Calvino y otros estudiosos del tema, pero tendríamos que dedicar la mitad de este trabajo sólo a hurgar en ese interesante tema, que no fue del que vinimos a hablar, sino de León David y su obra. Me parece que las definiciones citadas son suficientes para esta sucinta exposición.

No obstante, quiero hacer mi personal y humilde exploración sobre qué caracteriza a un autor. Lo primero para descubrirlo, dentro del maremágnum de falsos profetas literarios, es saber si tiene un estilo personal, una forma de ver la vida, las letras, técnicas, metáforas, imágenes, rima, en fin, si posee una manera particular y propia, funcional y emocional de amasar, distribuir, mover y calentar los ingredientes con que se cocina ese exquisito plato que son las letras en sus ricas vertientes para el paladar espiritual.

Es la clave, el agua de Arquímedes, la manzana de Newton, la esfera de Copérnico, la deseada piedra filosofal de Paracelso, que alcanzan los escritores, que encuentran o deben encontrar los críticos literarios en la obra de cada escritor para obtener la medida de sus innovaciones, y de ese modo determinar el grado de calidad donde ha de colocarse entre los niveles del escalafón de creadores. Así sabremos si es un agradable escribidor como Isabel Allende, buen escritor como Amado Nervo, un gran talento como Gabriel García Márquez, maravillosa excelencia como Víctor Hugo o excepcional genio como Cervantes.

Obsérvese que establecemos estos parámetros a partir de la obra de cada autor, de la forma más sopesada posible, porque lo importante de un escritor no es(como suele confundirse a menudo) el país al que pertenece, el idioma en que escribe, el movimiento, generación o escuela literaria a que se suscribe. Sin dejarnos llevar del mundanal ruido de la promoción mercadológica o de que la imagen de república culta de algunas naciones. La ceguera que crea ese deslumbramiento ha hecho que se cuelen muchos intrascendentes en el mundo literario, impulsados principalmente porque son romanos, griegos, franceses, italianos, ingleses, irlandeses o surrealistas, románticos, modernistas, simbolistas o de la generación del 98,del 27, de los Siglos de Oro, del tiempo isabelino, etc.


Lo contrario ocurre con los países, generaciones y movimientos que han tenido un bajo perfil en la historia de las letras, los cuales en ocasiones producen grandes escritores que no son reconocidos, y ha resultado imposible hacerlos penetrar el mundo que promociona las letras, como es el caso de algunos escritores dominicanos: Franklin Mieses Burgos, Juan Bosch, Pedro Mir, Tomás Hernández Franco, Rafael Américo Henríquez, Freddy Gatón Arce, Aída Cartagena, Euridice Canaán, el mismo León David. Y hasta el propio Pedro Henríquez Ureña, no obstante su monumental obra crítica, filológica, poligráfica, hubiera sido más reconocido si se le hubiera ocurrido ser mexicano, argentino, español o de otro lar de prestigiosa tradición literaria.

El hecho de que un literato pertenezca a un movimiento o escuela, un país o generación no debe confundir a los críticos serios y metódicos, quienes deben ser capaces de ver que lo importante es que una obra pase la prueba del análisis de calidad. Por ello, es vano el orgullo de algunos por pertenecer a una generación o movimiento literario determinado, pues el deber de un autor no es adscribirse a una corriente y seguir unos principios y declaraciones y manifiestos de esas escuelas o tendencias. No. Es crear su propio mundo, su sello personal. Quien más gana y se destaca al seguir una escuela, es el autor que la creó y dio su sello personal a ella, como Rubén Darío con el modernismo.

En nuestro país, por ejemplo, hay gente que se ha sentido orgullosa de pertenecer a la poesía sorprendida, la generación del 48, los postumistas, modernistas, románticos, de post-guerra, generación del 60, del 70 o del 80. Pero en definitiva, cuando pasen los años, lo importante no es haber sido de tal o cual generación o corriente literaria, sino estar avalado por una obra con señal de estilo individual y único, emulando a los grandes creadores de todos los tiempos complementado por la hondura, sensibilidad y fuerza ética que le permita hacer temblar a quien lo lea en cualquier época o cultura.

“El estilo es el hombre”, dice un aserto antiguo que recoge Buffón, y es así, pues la reflexión sobre la obra es un pensar sobre el estilo, es un viaje hondo por los mares literarios, buscando qué colores y figuras, qué aletas y cabezas, qué movimientos al nadar o qué manera de comer y dormir y aparearse tienen esos peces que habitan ese ponto vinoso: forma, fondo, técnicas, herencias, aportes, visiones, trayectorias, enfoques, intensidad, cálculos, pasiones, seducciones, lecturas y otros, cuyas inclinaciones y amores del escritor por cada uno de ellos en detrimento de otros o mezclados con los otros, dan un perfil de su estilo, de su personal manera de ver el mundo y sus mundos.

Ello permitirá a todo lector, ya sea un sabio crítico de alta estirpe o un humilde buscador de entretención que quiere pasar un aguacero, insomnio o soledad en algo que lo transporte a un instante en el paraíso, en hojas del libro o la pantalla electrónica que tiene a mano.

Así queda establecida la idea de que al autor debemos analizarlo dentro de esos parámetros, que podrán ser científicos o no, sabios o no, correctos o no, cultos o no, prestigiosos o no, aceptados o no por los que saben de literatura en nuestro país y en el mundo, pero que son nuestra manera como lector de ver las letras.



SIETE SEÑALES DE IDENTIDAD

Ahora, entremos en materia, sumerjámonos a los textos de León David, con la escafandra y los anteojos y chapaletas con que nuestro juicio nos ha hecho armarnos, y ver lo que de grandioso pescamos, lo que de admirable degustamos, lo que de alimenticio para el arte de escribir encontramos en su polifacética, honda y creativa obra.

Saben ustedes que la ostra es tal vez de los más originales seres que habitan los océanos, apreciada por la perla que produce para protegerse de lo que acuda a su interior. Es decir, aquello que recibe, en vez de rechazarlo o dejar que le haga daño, lo asimila y cubre de esa dura y hermosa sustancia. Veamos ahora las perlas de letras creadas por León David al tamizar lo que sus sentidos han llevado a su mente: estudios, experiencias, recuerdos, vivencias.


Esperemos un momento. Quiero observar, antes de dedicarme al análisis de las señales de estilo que validan a León David, lo siguiente: Que aunque el escritor estudiado aborda distintos géneros literarios, y en un momento de este escrito veré las notas características de cada uno de ellos, quiero delinear primero los elementos generales que dan valor al autor en términos de sus aportes al mundo de las letras.
Poesía, apotegma, cuento, teatro, ensayo, diálogo, son de los géneros que practica David, y los veré en particularidad, luego de esta visión general de estilo.
Lo hago así porque aunque estoy conteste en que los géneros literarios son una realidad insoslayable y valiosa, categorías literarias que nos permiten aprehender y separar cada pieza creada, aun así, también estoy convencido de que por encima de eso lo valioso es, como decía Roland Barthes, el texto. Lo más importante no es si el cuento cumple con los requisitos del cuento o el poema con las pautas que lo definen. En realidad esas supuestas leyes no son más que el promedio de los estilos de quienes han practicado por siglos cada género, y por tanto, pueden ser violadas y enriquecidas con nuevos modos inauditos e insospechados de escribir un cuento, poema, ensayo, etc. Además de que los géneros varían con el tiempo, a tal punto que, por ejemplo, cuando el Mahabaratha, el Ramayana y la Odisea fueron escritos se les llamó poemas, empero en la visión de hoy tienen quizás más similitud con la novela que con la poesía. Pero lo más importante es que poseen como el primer día su capacidad de seducción, de transportarnos al mundo emocional maravilloso adonde viajaron sus creadores al momento de escribirlos. Deleite que es la culminación del encuentro escritor-lector a través del puente que es la obra de arte.

Mas, vale la pena aclarar que las obras de nuestro autor cumplen plenamente con lo esperado en cada género literario en que el autor ha incursionado. Y ahora, veamos las características que dan sello propio a la obra que recorremos.
La primera señal de identidad que hallamos es lo que yo llamaría una visión clásico-moderna. O sea, León David se inscribe en la línea del escritor de hoy que, inspirado en sus lecturas de los clásicos, y mirándolos desde el mundo actual -en una especie de re-visita a esos grandes creadores del pasado remoto- realiza unas obras que siendo modernas, tienen el aire y profundidad que emula a aquellas, y explora y reinventa muchos de sus recursos.

Algo parecido a lo que hicieron los artistas del Renacimiento, quienes revolucionaron su época, pues en vez de imitar a los clásicos, emularon sus formas, y crearon esa escuela que es, quizás o sin quizás, uno de los cuatro más importantes momentos que, en nuestra humilde opinión, ha vivido la historia de las letras y las artes. Los otros tres son: Clasicismo, Romanticismo y Barroquismo. Los demás, son a mi entender, variantes, reflejos, mezclas o formas de mirar estas cuatro portentosas escuelas cuya clarinada redentora han encabezado los más grandes innovadores no sólo de las artes sino de la historia humana en general, por la incidencia que han tenido.


Esa visión clásico-moderna de David está evidenciada en su inspiración en los maestros de siempre, en las lecturas que lo han formado como creador auténtico, verdadero, conocedor en primera lectura de los hilos esenciales que caracterizan y construyen la verdadera obra de arte imperecedera, capaz de resistir los tifones del tiempo y las lenguas, costumbres y cultura en su vaivén de mar proceloso de la historia, signado por un desorden con orden, una locura con mesura.
La obra de David se ubica, a su manera personal, en ese selecto grupo de escritores de hoy que cuyas formas me hacen definirlos con el nombre de clásico-modernos. León de Greiff o Jorge Luis Borges, Umberto Eco o Italo Calvino, Terenci Moix o Albert Camus, autores contemporáneos, cada uno con su particular sello distintivo,pero siempre inspirados en lo más granado y graznado del rico caudal y la diversa y varia tradición humana, partiendo de la muy dichosa frase borgiana de que “felizmente no nos debemos a una sola tradición: podemos aspirar a todas”.

La forma en que nuestro escritor asume la manera de trabajar las letras está signada por el uso de una serie de palabras y giros propios del castellano de siglos ha, principalmente del XVI, XVII y sus alrededores, tales como: pareja –no con el significado con que usualmente es empleada, sino como sustituta de esa, tal, dicha, la referida-, guisa, asaz, ora, escoliasta,homúnculo, do, luengo, non.
La segunda señal que identifica a nuestro autor está en el aire de oralidad elegante, en la condición auditiva y rítmica que asume su escritura, dándonos la impresión más de que está dialogando que escribiendo. Su texto tiene sonido, cuando lo leemos oímos su voz al lado o al frente de nosotros diciéndonos lo que contienen sus palabras, tanto en su poesía, teatro, cuento o ensayo, y mucho más en los diálogos. Hay autores que por el tipo de palabras y giros empleados, son visuales, otros táctiles, y así sucesivamente. León David es auditivo.


A este respecto es importante destacar que aun sintiéndose un trabajo de alta reflexión intelectual, propio de un hombre culto, de muchas y variadas lecturas, se impone la oralidad en sus escritos. Es una gran virtud, porque el estado verdadero de la lengua –a pesar del privilegio que Jacques Derrida ha querido darle a lo escrito sobre lo hablado- es el oral, la interacción entre un hablante y otro, y lo escrito no es más que una de las modalidades auxiliares de lo dicho. Además, ha señalado el maestro Ezra Pound, en su libro El arte de la poesía que la lectura de los grandes poemas nos evoca su canto y los grandes escritores son oídos por el lector al leerlos.

La tercera marca de identidad del texto leondavídico es la metatextualidad. Consiste en el análisis del análisis de lo que se analiza. Esta expresión mía parece un rompecabezas, adivinanza o juego de palabras. Pero su traducción es que el autor le da una gran vivacidad y dinamismo a los escritos de todo tipo, con su constantes alusiones a la naturaleza de lo que está comunicando, a prever la posible reacción del lector ante tal o cual planteamiento, y la refutación del mismo, si lo juzga de lugar. Esta forma de aludir al momento en que se lee, al instante mismo en que degustamos el texto fue muy frecuentada en el Siglo de Oro español, sobre todo por Lope y Góngora, y antecedida por Apuleyo en el Asno de oro, Dante en la Divina comedia y Bocaccio en el Decamerón.

Es un recurso muy poderoso porque lleva al receptor a sentir al emisor no como un conjunto de palabras que corren solas sobre la página, sino que el autor se presenta como otro lector que reflexiona y siente y sufre los efectos de ese escrito y los comparte con quien lee.

La cuarta señal identitaria son los toques de barroquismo, muy bien empleados y sin desmedro de la luminosidad que permite a las mentes inteligentes y cultas deducir el secreto que late en las expresiones, giros y frases. Desarrollado en su versión culterana o de armazón intelectual, esta escuela también se siente en nuestro creador, a través de usar expresiones con estructuras sintácticas, citas de proverbios y frases clásicas latinas y griegas que lo destacan como un autor que se desplaza en suave movimiento entre la luz y la sombra, con tal maestría que una embellece a la otra, enequilibrada dialéctica del decir.

Este carácter se siente también en el recurso de las oraciones muy largas, pero siempre comprensibles. Por lo señalado anteriormente, no podemos decir que sea un barroco puro, sino con atisbos de esa importante corriente literaria, manejados con tal dominio de la expresión que siempre hay un sustrato lógico que invita a la necesaria reflexión que llevará a encontrar su secreto.

Por ello, esta característica de nuestro autor es altamente valiosa. Esa elaboración de ideas profundas expresadas con una cierta sofisticación intelectual son una constante invitación a ejercitar la inteligencia, a aguzar el sentido, a fortalecer el ejercicio de razonar para encontrar los arcanos que se escurren en sus intersticios verbales. Es uno de los caminos por donde ha de andar quien lea para alcanzar la condición de lector crítico, sagaz ydescodificador, con lo cual se prepara para enfrentar de forma acertada eso que Paulo Freire llama leer el mundo y poner lo escrito en su contexto.

La quinta señal que distingue a León es –parece una paradoja en comparación con lo antes indicado- la propiedad y exactitud en el uso de los vocablos. Porque -ya lo ha dicho AndréMaurois- una de las virtudes más preciadas de un literato es la propiedad en la expresión. Cada palabra está empleada en su exacta y precisa acepción. Y con esto, las letras de León David ponen en evidencia una determinante raya de Pizarro que las divide de un tipo de literatura que habita en las páginas de algunos libros y revistas de nuestro tiempo, en la que se juega con las piezas verbales sin tino, sin precisión sobre el significado de las mismas, creando un enjambre al lector, de tal modo que este puede que se emocione con las metáforas que le muestren o con las palabras que se usen, pero jamás logrará entrar al jardín secreto de la belleza y la verdad intensas y perennes, que suelen huir juntas de ese pésimo espécimen.
En la prosa, la poesía, el teatro, los apotegmas, cuentos y diálogos de León David, el respeto a las leyes de la lengua no es óbice para que podamos gozar el viaje catártico de sus creaciones. Demuestra que la exactitud y el seguimiento de las leyes gramaticales y atenerse a los espacios y libertades que ofrece la lengua, no impide la estructuración de una obra innovadora.

No hay allí enredos ininteligibles, desconocimiento del uso de los signos gramaticales y semánticos, cubiertos detrás de pretendidos y falsos experimentos vanguardistas practicados por alguna gente que en la mayoría de los casos cree que está inventando cosas que, sin embargo, ya han sido inventadas hace siglos, y de forma más expedita y artística. Porque quienes las habían hecho partían de un profundo conocimiento de las tradiciones literarias, históricas, científicas y tecnológicas de la humanidad. Y, sobre todo, que no puede romperse el canon con éxito sin dominarlo.

La sexta huella característica de la obra de León David es su economía de metáforas, el uso oportuno de las mismas. Obviamente, hay múltiples formas efectivas de abordar el acto creador porque con ellas el lector logra alcanzar el éxtasis al que la obra lo invita, el cielo al que el escritor buscaba conducirlo. Cada recurso literario tiene sus riesgos y virtudes. Según los use el escritor, dará buen o mal resultado.
Un texto puede producir excelentes efectos con el recurso de la superabundancia de metáforas, como en Lezama o Góngora. Ser directo, crudo y casi carente de tropos, como algunas facetas de la literatura gótica inglesa o el caso de los maravillosos poetas norteamericanos Edgar Lee Masters, Allen Ginsberg o Charles Bukowski.
Entre esas opciones, León David ha elegido un uso comedido y bien dosificado de metáforas, sin llegar a los extremos sofisticados de unos ni a los descarnados de otros, sino de modo que, en cierta forma, cuando encontramos la metáfora, ya el escritor nos ha hecho sentir la necesidad de ella; ni sobra ni falta. Y así debe ser para que el tropo no resulte sobreactuado, artificioso, y no estemos obligados a mantener la mente alerta, lo cual dificulta la necesaria catarsis, el indispensable sopor que ha de conducirnos en el viaje emocional por el territorio de la creación que degustamos. La metáfora es ahí la necesaria caricia verbal que multiplica el deseo de seguir la lectura.

La séptima señal que descubro a lo largo de la obra y géneros abordados por el autor es lo ético. Para él, todo está visto de alguna manera con una razón ética, está explicado con un motivo moral. No hay una sola línea que no lleve implícita esa dirección. Tal vez debido a que está indignado ante las pobrezas y carencias morales de nuestra deshumanizante época –llena de vicios, depravaciones, insolencias- quiere David levantar su voz de alerta, con intentos de bandera, intentos de cura a esas llagas que nos corroen la existencia como pueblo dominicano, como país humano, como globo en destrucción, por esa fiera vertical tan dañina que es el humano,la más depredadora y feroz de todas las bestias, la única que sabe lo que hace, tiene capacidad de evaluar, conciencia de lo que es el bien y el mal, y generalmente prefiere el mal. Quizá porque León David ha sentido que Rousseau perdió la pelea contra Hobbes, y cada día se comprueba que el hombre está más lejos de ser “bueno por naturaleza” y más cerca de ser “un lobo para el hombre”, y Barrabás sigue triunfando sobre Jesús.


Pero la esperanza de construir el hombre nuevo que preludió el Ché Guevara, no puede perderse. Eso está en el espíritu del autor que analizamos, y así creo que debe ser, porque como decía el viejo Camilo José Cela, debe escribirse al servicio de algo, y no por el simple acto de divertir, excitar, emocionar o sublimizar la mente del lector. Debe escribirse para transformar en algo al lector, aunque ese no sea el objetivo central de nuestros escritos, ni esa la misión principal de la literatura, sino siempre conseguir la elevación estética. De modo que este servicio no es el objeto de la obra de arte, pero no puede esta darse el lujo de ignorarlo. Y de hecho, toda obra de arte tiene una ética, aunque se oponga a la que normalmente consideramos como tal. Es el caso del Marqués de Sade, en cuyos textos la ética fue la desmedida crueldad sexual como expresión de sus resentimientos ante una sociedad que tal vez lo había maltratado.

La ética de León David es, si cabe la palabra, más humana, más afín a los sueños de vindicación del ser humano, de realización de la sociedad justa cuya utopía enciende sus sueños de escritor.


INFLUENCIAS


 ¿Qué autores pesan sobre León David? Yo diría que ninguno. Que a todos los lleva bien en su carga de resonancias, retumbantes ecos y contactos con sus maneras. Entre ellos, Borges es el más evidente espíritu que acompaña silenciosamente el texto leondavídico. Quizás porque ambos tienen gran interés en el libro como maravilla del conocer, como misteriosa fuente que repite la vida y el mundo en su estado ideal, o en su reestructuración. Reflejada a manera de espejo de agua, unas veces convulso, otras sereno, o tocado por las ondas de una piedra que lo intranquiliza. Si algún otro autor hay que lo acompañe sería Platón. Platón discute consigo mismo en sus diálogos, contraponiendo juicios a los de sus personajes, y derivando posibles demostraciones contrarias, calibrando la negaciones del sofista imaginario o real con el que se disputa la carrera por asir la verdad y la belleza. Algo así hace León David, con la diferencia de que el personaje principal con quien discute es el lector.

Apuleyo, el Conde Lucanor, Calderón de la Barca, Góngora, Ortega y Gasset, Unamuno, el romancero español subyacen con su impronta en el desarrollo de los distintos géneros literarios de nuestro escritor. Es lógico, no hay autor que no viva consciente o inconscientemente la huella de los grandes maestros. Ya Isaac Newton lo ha dicho mejor que nadie: “He visto más lejos, porque me han sostenido los hombros de gigantes”.

Delineadas estas caracterizaciones generales del estilo, quiero ahora dar unas pinceladas críticas sobre cada género abordado por León David. 


POEMAS

La poesía es el súmmum de la creación literaria, porque cuento, novela, teatro, ensayo han de tener un influjo poético, un manejo plástico de la lengua, pues las líneas de las páginas de un libro son los caminos que llevan al paraíso prometido por el título de la obra, y las hermosas imágenes -alegorías, hipérboles, ritmos, metonimias y otras piezas del instrumental poético- aligeran, hacen agradable y entretenida esa ascensión a la cumbre; son el aceite que suaviza y dinamiza el movimiento de las piezas del motor literario, son la cadena de emociones que nos preparan para la gran emoción. Todo buen escritor es poeta, y es imposible que lo sea sin serlo.

Los otros géneros que practica nuestro autor tienen la ventaja de su dominio de la poesía. El soneto lo hace prácticamente perfecto, ajustado al clásico estilo de trabajarlo, pero con terminología y giros modernos, con los asuntos de nuestra época y país sin descuidar los que pertenecen a la eternidad e infinitud.

Los temas son siempre reflexiones sobre el quehacer creador, el tiempo y su misteriosa manera de ir corroyendo todo, las huellas que dejamos y las que nos deja el andar por la vida social, y las inquietudes personales en torno al desarrollo de las miserias humanas, el planeta, las dudas, misterios y desafíos que supone el vivir en gregaria asociación con los demás y con el yo mismo.

También están las variaciones temático-formales de sus autores favoritos, estableciendo juegos de semejanzas y diferencias -unas veces evidentes y otras sugeridas- con Borges, Martí, Mieses Burgos, García Lorca. En ocasiones, se separa del autor y funge como una subconciencia o sobre-conciencia o co-conciencia que anda y discute con consigo mismo sobre sus decisiones y los problemas que producen los demás seres que rodean al humano.

En cuanto a forma, hay el verso libre y el rimado, ambos con una fiesta del ritmo y timbre que recuerdan a los magos de la musicalidad poética: Rubén Darío y Franklin Mieses Burgos.

Otro elemento en que el autor desafía al proceso creador y sale victorioso es en el uso de esa peligrosa arma que es el adjetivo. Lo hace en gran cantidad, y sin embargo, no nos aburre, sino que casi siempre lo sentimos necesario y reforzador de la idea del sustantivo al que da intensidad.

Entre las mejores muestras poéticas del autor, están: El nombre exacto de las cosas, Te esperaré en el hueso, La prostituta callejera, Poema anodino para el hombre común, Famosa canción al estilo de antaño non comprometida con los males del siglo, Ese hombre.



CUENTOS

 No discutiré aquí si son cuentos o relatos, esa separación que la retórica moderna ha establecido entre los tipos de narraciones cortas, fundamentada en ciertas características, no sólo de extensión sino de contenido, enfoque, desarrollo, trama, descripciones e impresiones, para decir que una cosa es cuento y otra relato. Dejaré esos conceptos para ventilarlos otra ocasión, y adoptaré el apelativo que el autor da a sus textos. Y lo hago porque considero que a la hora de calificar la calidad de un escrito, su capacidad de arrobar, de sobrecoger, de asombrar... a la hora de eso, la condición de cuento o relato da igual, aunque sé que al momento de clasificarlo bibliográfica o académicamente, sí vale la pena la distinción. A pesar de que –como ha dicho un maestro- acaso sean lo mismo para la imaginación.

Hay en el autor cuentos para adultos y para niños. Tienen en común la elegancia de un estilo donde lo sencillo y lo profundo caminan de la mano, y están hechos a la manera conceptualmente sintética en que se mueve el teatro griego, cuando Sófocles, Eurípides, Esquilo, nos comprimen en unas pocas páginas todo el drama, dejando a nuestra mente crear la atmósfera, el proceso, que se hallan pre-supuestos en su armazón textual. Esto hace al lector cómplice, autor interactivo de la historia, pudiendo recrearla a su modo, sin que se pierda en el camino que construye el autor.
Así, esta narrativa es condensada, y al mismo tiempo viva y aleccionadora. El mundo de China, India, el aire de la antigüedad greco-romana, religiosidad, envidia, amor, odio, ingratitud, pasión –incluso el erotismo, algo poco frecuente en la obra en general de León David- son los elementos que andan en los cuentos.

Representan un regreso al efecto sorpresa, a la forma introito-trama-desenlace, propios del viejo cuento convencional, además de la moraleja que el autor recupera, pues la habían desechado las narraciones modernas.

Diríamos que es un desafío que León David hace a los cuentistas de nuestra época, al retomar los recursos clásicos en estos aspectos nodales que el narrador moderno ha preterido como recurso. Nuestro autor no está solo en esta pelea, pues, cada uno con sus formas y enfoques, Augusto Monterroso y Eduardo Galeano han visitado estas maneras.

¿Saldrá exitoso León David en ese enfrentamiento con las formas modernas de contar, y esa vuelta a la atmósfera clásica en que incluso no se dan los nombres concretos ni precisos del lugar donde se desenvuelve la historia, de los personajes y la época específica en que se producen los acontecimientos? Creo que la mayoría de las veces el autor triunfa.

El autor tiene excelentes cuentos breves, como El enviado de Dios, Parábola de la cebolla, El olvido de Dios.


APOTEGMAS

 Bossuet, Pascal, Paracelso, Hipócrates son nombres que vienen a nuestra memoria como practicantes prístinos de ese género literario -que linda entre el pensamiento y la imaginación, el razonar y el crear- que se llama también aforismo. Está compuesto por el buen sentido que nos descubre lo que no sabíamos que sabíamos, la anécdota graciosa, la reflexión aleccionadora, el consejo del maestro.

Son como fragmentos de conocimiento, cápsulas del saber. Ciorán y otros autores modernos han vuelto a ponerlo de moda, después de que Gómez de la Serna los convirtió en greguerías, y Tagore en oraciones, y ha sido practicado en nuestro país por José Mármol y otros creadores. Recuerdo haber leído, en mi adolescencia, algunos interesantes aforismos en la revista Selecciones. Son formas donde los intelectuales intentan condensar largas páginas de sabiduría.

Claro, antes que los sabios, ya la gente simple de los pueblos había inventado agudos aforismos. Ahí están las máximas, refranes y dichos.
Sus apotegmas o aforismos, León David los hace con pericia, se enfrenta con éxito a los riesgos que se corre con esas síntesis, como son caer en lugares comunes o decir algo que pareciendo genial se queda en la perogrullada. La mayoría son muy buenos, aunque haya uno que otro donde quede corto. Pero eso les ocurre a otros cultivadores del género.

Están caracterizados por su lirismo combinado con la reflexión, por su elasticidad donde a la manera del ensayo, mezcla emoción con razón, precisión con imágenes.
Otras veces, hace uso de lo irónico, lo hilarante, explotando el sentido del humor que ha calado en las letras de nuestra época. Y aunque en su literatura en general, David no incursione mucho en el humor, aquí sí lo hace, y con gracia.



TEATRO

 He escrito que David está marcado por sus lecturas clásicas, y se ve que le han venido desde muy joven. A lo mejor por haber tenido el privilegio de ser hijo de don Juan Isidro Jimenes Grullón, filósofo, sociólogo, historiador, politólogo, médico, y hombre de gran inteligencia, dotado de una inmensa formación en diversas áreas del saber, quien debió de guiarlo como lo hizo Salomé Ureña con Pedro Henríquez Ureña, por el camino de las buenas lecturas, la formación y discusión de selectos libros del saber universal.

Diríamos que en el teatro es la zona donde más se nota la incidencia del clásico drama y la epopeya de Grecia y Roma antiguas, del teatro de los Siglos de Oro de España (tocado también por la dinámica y ágil dramaturgia latinoamericana) en que se ha combinado la síntesis con la acción.

Si bien no es tan intelectual como el teatro clásico alemán o el inglés de los tiempos isabelinos. Buena parte de aquel era pensado más como reflexión filosófica que como guión de montaje, según nos refiere doña Camila Henríquez, aunque otra parte poseía características propias para ser presentado, como de hecho lo fue por Shakespeare y su compañía.

Se siente también la incidencia de los recursos tecnológicos modernos, como la televisión, el cine, las luces y escenarios sofisticados que usan los dramaturgos de hoy.

Dos elementos claves hay en el de León David: el escenario simple y diálogos que muestran una reflexión sobre los males del mundo, las miserias humanas, pues como ya hemos dicho, siempre lo moral tiene gran fuerza en la obra de David. Y un tercero: sus personajes son todos apasionados y muy emotivos.


ENSAYOS

 El más grande poeta de la lengua portuguesa y uno de los mayores del mundo, Fernando Pessoa, creó una serie de heterónimos con los que elaboró su obra diversa y rica en contenido y forma, en visiones y técnicas. Siempre destacamos eso, y parece exclusivo de él. Pero en realidad, todo ser humano, incluyendo a los escritores, tiene múltiples heterónimos, aunque no tan voluntariamente hechos ni tan manifiestamente vistos como los de Pessoa.

Quien cultiva varios géneros, tiene en cierto modo, así sea profunda o ligeramente, que manifestarse en diferentes personalidades. Al momento de hacer un cuento, el escritor tiene que adoptar una actitud distinta de cuando escribe un poema, y mucho más cuando está novelando, y armando dramas o ensayos.

De este modo, podemos decir que hay tantos León David como géneros cultiva. Aunque tenga siempre en común ciertos rasgos inevitables de convicciones y costumbres, de inclinaciones e inhibiciones, de obsesiones y preferencias, que sean comunes a las personalidades que adopta en cada caso.

Pero como siempre ocurre, de todas las personalidades que bullen dentro de un ser humano, hay una que se impone. Nuestro autor no es la excepción. Por ello, si me dieran a escoger cuál de los León David prefiero como lector, sin duda respondería que me quedo con el ensayista. Pues creo que así como el fuerte de Edgar Allan Poe era el cuento más que la poesía, León David es ante todo y sobre todo uno de los más brillantes ensayistas de nuestra literatura, sin menoscabo de su exquisita obra en otros géneros.

Tal vez en desacuerdo con uno que otro giro retórico, acotando alguna zona cuya tesis no comparto, y este o aquel menos preferidos que los demás, tengo que confesar que he disfrutado y disfruto plenamente la lectura y relectura de este haz de excelentes ensayos leóndavídicos.

Desarrollados a la manera de la conferencia, en un constante diálogo con el lector y alusiones al momento en que escribe, en una vivaz comparación de situaciones y posibilidades, su ensayística se destaca por su seducción, sentido de la concatenación y juego con los conceptos. A ello se suma la presencia casi in situ de aquellos pensadores con los que discute sus tesis, para corregirlos, contradecirlos o ironizarlos.

Con un empleo comedido de la cita de otros autores, David trabaja siempre basado en sus propias razones, y no como quienes, sin tener ideas propias, son apenas repetidores y comentaristas de los que verdaderamente piensan. No es tampoco el saltarín que en este escrito opina una cosa y en el otro otra. En nuestro escritor hay una visión del mundo, de las letras, del humano, de lo ético y lo estético, que le son muy propias, y se desenvuelven de forma creativa en cada texto.
Sale a flote entonces el filósofo que es. Armado de una serie de tesis que leídas con cuidado nos hacen descubrir una suerte de sistema de pensamiento, de visión general sobre el arte, el humano, el mundo, el origen y destino de nuestra especie. Respaldada con innovadores y ricos ejemplos de la vida cotidiana, de la lectura intelectual, del buen sentido y el sentido común, que tan ricos son como instrumentos de estudio.

Elaborados con una base epistemológica en que con frecuencia echa manos de la clásica y siempre presente lógica de Platón unos instantes y de Aristóteles en otros. Luego deriva en la hija de ellas, la lógica dialéctica salida del portentoso pensamiento de Hegel y Marx que combina de vez en cuando con la apasionada de Schopenhauer y Nietzsche o la matemáticamente precisa de Kant. Partiendo de que ninguna de estas lógicas es completamente correcta ni equivocada, sino que se complementan en una diversidad de puntos de vista y se mezclan como los metales en el crisol que busca verdad y belleza.

Sus ensayos están hechos con la sencillez y precisión de la cátedra universitaria y el estudio mesurado de los temas. De modo que en León David la diferencia entre el estudio y el ensayo como géneros distintos, se borra y quedan ambos fundidos en uno.
Ortega y Paz, Mariátegui y Gramsci lo enriquecen. Beltrand Russell y Stephan Zweig lo iluminan.



DIÁLOGOS
¿Qué es el diálogo? ¿Es un género literario o filosófico? Alejandro Arvelo lo define en palabras sencillas, pero precisas y hondas:“Es uno de los medios de expresión por excelencia de la reflexión filosófica. En él confluyen muchos de los componentes típicos de esta forma de conocer la realidad: apertura hacia la novedad -cosa distinta de la moda-, la creatividad y el descubrimiento, sentido de la totalidad, pericia en el arte de escuchar, tacto en el ejercicio del criterio, paciencia ante la posibilidad de arribar a conclusiones. El diálogo es, en efecto, una apuesta al servicio de la buena conversación y de la democracia”.

Como se ve, es un género filosófico y literario, un híbrido entre ficción y análisis, discusión y reflexión. Creado por Platón, es traído a nuestro tiempo por León David, quien lo reinventa para discutir consigo mismo y con nosotros los temas nodales de nuestro tiempo, a la luz de su pensar y de las filosofías que ha penetrado. Jenócrates o el desagravio de la Estética, Diotima o de la originalidad, Filoxeno o del sentimiento que la contemplación de la belleza suscita.
Excelentes piezas donde la dialéctica del encuentro de ideas, el contrapunteo de lo que el autor piensa con sus contrarios en un mismo salón mental, permite reflexionar libremente sobre los grandes temas, a la manera de un juego de mesa donde los juicios pasan a ser piezas con las que se juega y se pierde o se gana según la cantidad y calidad de los argumentos.

El lector es el jurado y seguro ganador en conocimientos, revisión y reflexión, siendo el silencioso participante principal de la discusión. Diotima o de la originalidad es mi preferido, tal vez porque tiene como tema central lo que es en el hombre la gran preocupación vital, que es ser, ser uno mismo y no otro.



UN ESTILO PROPIO
En fin, que en sus ensayos, apotegmas, teatro, cuentos, poemas, diálogos, estamos ante uno de los autores más importantes de las letras dominicanas. Pues como todo creador verdadero, se hace ostra o esponja que absorbe y abreva en las ricas fuentes de la vida, el saber, el sentir, y luego lo pasa por su tamiz para crear su manera particular de escribir y pensar. Tan característica y distinta que si encontrásemosuna página de sus escritos sin firma, descubriríamos a su autor, porque hallaríamos en ella a León David con las perlas de un estilo propio.








León David, hombre del Renacimiento y la estética del conocimiento
Escrito por: José Rafael Lantigua

La literatura, ese retablo de maravillas, guarda en su prisma de saberes la estructura dual de la razón y la sinrazón, de la ilusión y la realidad, de la pasión y el equilibrio, del delirio y la temeridad, del cinismo y la frivolidad, de la mentira y la certeza.

Llegamos a ella, mediante la aprehensión y el consentimiento de sus valores y de su trascendencia, para construir el espacio de libertad que las íntimas convicciones de su inmanencia crea y sostiene.

“La literatura es la vivaz y atractiva encrucijada de todos los quereres, los quehaceres y los saberes humanos, personales y comunitarios”, afirma Saúl Yurkievich, quien también escribe lo siguiente: “Sólo la literatura es capaz de asumir lo refractario al sentido, lo inefable, lo incógnito, lo informe, lo desmesurado, lo monstruoso. Sólo la literatura consigue poner en juego, poner en imagen la agitada, simultánea y confusa disparidad de lo real. Visión encarnada, resurrecta, la literatura puede remontarse a cualquier pasado o cualquier futuro y revivirlos con tanta presencia como el presente”.

Pensar la literatura, sentirse atraído por el trabajo de cincelar modelos literarios y examinar los ‘corpus’ que integran su relación con la historia, la sociedad y los tiempos, ha de suponer adentrarse en el lenguaje de signos que su dinámica comporta y, a su vez, explicar los avatares de sus designios y fortalezas, de los datos de su vitalidad orgánica, de las percepciones de sus decires, de los registros de su razón, de su potencialidad retórica, de sus imanes estéticos.

Pensar la literatura exige refundar sus perspectivas, recrear su ética, formular sus intercambios con los conocimientos que la rodean y construyen, abrir cauces a los sentidos que deben aprehenderla, encaminar sus haberes propios, seguir con avidez la realidad supuesta que nos enuncia para estimular el apetito de la realidad real que suele transformar.

El ideal renacentista se funda, justamente, en la reafirmación de los valores de la personalidad individual, en contradicción con los yugos doctrinales del Medioevo. El Renacimiento supuso una liberación del saber y un regreso a los haberes insoslayables de la cultura antigua. Al quedar renovados los valores de la cultura y los ideales de la Antigüedad Clásica, se abre campo al humanismo y se redescubre la importancia de la literatura y del saber en general como fuente de reencuentro del hombre consigo mismo. El hombre ya no dirige su mirada a la Divinidad, sino hacia su Yo, a su esencialidad propia, a la fusión de sus valores interiores con la trascendencia del ser y sus atributos particulares.

El ensayo moderno se funda en esta valoración del hombre y sus circunstancias. Cuando Michel de Montaigne propicia, con sus exámenes de la realidad personal, el nacimiento del ensayo moderno, estaba situando su pensamiento en el terreno del análisis fundamental del Yo profundo con el que construyó lo que algunos han denominado “uno de los evangelios de la espiritualidad moderna”. Montaigne se sostiene en el yo, en la asunción de su propia individualidad, para poder explicar la laxitud y la fortaleza de su conciencia, descubrir los signos de su identidad y hurgar en los recovecos de los agraves designios de su mismidad. “Y yo trato a mi imaginación –dirá en uno de sus ensayos lo más suavemente que puedo, y libraríala si pudiera, de todo esfuerzo y de toda contestación. Ha de socorrerla, halagarla y engañarla el que pueda”.

Y en otro lugar señala: “Hemos de aprender a soportar aquello que no podemos evitar. Nuestra vida está compuesta, como la armodía del mundo, de cosas contrarias, así también de distintos tonos, suaves y duros, agudos y sordos, blandos y graves... Es menester que sepa utilizarlos en común y mezclarlos... Nada puede nuestro ser sin esta mezcla, y es un aspecto tan necesario como el otro. El intentar forcejear con la necesidad natural es imitar la locura de Ctesilón que intentaba pelear a patadas con su mula”.

No puedo dejar de pensar en los múltiples caminos de la literatura, en el espíritu renacentista, en el contacto con los clásicos y en la trascendencia de los valores del humanismo, cuando leo a León David.

Por años, he puesto atención a esa prosa fundada, sin dudas, en las ascensiones y cavilaciones del Yo hacia las alturas donde se recrea y expande la integración con los conmovedores designios de la profecía poética o las búsquedas más intensas de las dramáticas fuerzas de la imaginación y la realidad, esa dualidad implícita en todo saber literario.

Basta pasearse por la literatura de pensamiento creada por León David –desde sus ensayos hasta sus aforismos– para descubrir en él a un renacentista consumado que encuentra en la humanidad de su Yo la humanidad de los Otros, que se sabe compromisario y deudor de los dominios clásicos y que no abandona su estado de interacción –para usar una palabrita moderna– con esa clasicidad vigorosa que surca su pensamiento y edifica su haber literario, para abandonarse a los efluvios siempre tentadores de haberes, saberes y prácticas novedosas que la literatura va creando, sosteniendo y propulsando en su discurrir vigoroso por el tiempo.

En ese sentido, León David es un pensador literario con luz propia. Y por eso, su estilo sella una carrera literaria levantada sobre las columnas potentes y robustas de la literariedad clásica, internándose con absoluta aprehensión de las coordenadas que las sostienen, en las distintas modalidades de la expresión literaria y de la realidad cultural. Lo mismo será poeta que narrador, ensayista que crítico; lo mismo se las verá de frente con el teatro, con la música y con las artes plásticas, desde una visión analítica que nunca desdeña la profundidad de enfoque ni deja de sustentarse en el saber y en la experiencia de los grandes pensadores y hacedores de cultura, colocando en ese escenario los hallazgos, sentencias y decisiones de su Yo íntimo, de su propia vinculación con el arte y la literatura., de su propia y muy vigorosa y lúcida concepción intelectual.

Leo a Cámalo Currente y releo esa prosa genuina, vehemente, galante y diáfana con que León David ha cautivado, por lustros, a muchos de los que hemos sido sus permanentes lectores.

Leo a León David en Cálamo Currente, y vuelo hacia un más allá de saberes clásicos de cuya cantera extrae el autor la fortaleza de sus principios literarios y la fijeza y durabilidad de sus concepciones intelectuales.

Leo a Cálamo Currente y me integro, gozoso, a ese estilo propio, que no se detiene en novedades al uso y que hace el ejercicio del criterio desde los ángulos de su propia percepción del hecho literario, con lo que algunos lectores, colocados en otra visión de la literatura, tendrán absoluto derecho a la discrepancia, pero sin dejar de beber, necesariamente, en esa fuente vivificadora de la clasicidad de estilo que la prosa de León David sugiere.

En este libro su autor recoge un buen grupo de ensayos críticos sobre escritores y libros de la literatura dominicana y de la literatura extranjera. De Borges y Paul Valery hasta Neruda y García Márquez, de Cervantes a Aimé Cesaire, de Martí a Montaigne, y en el plano de la literatura nuestra, el espectro abarcará a Pedro Henríquez Ureña, Federico García Godoy, Tulio Cestero, Franklin Mieses Burgos, Manuel del Cabral, Juan Bosch, Joaquín Balaguer y Juan Isidro Jimenes Grullón, entre otros.

Cuando ha dejado correr la pluma sobre los de allá y los de aquí, León David se interna en los aledaños de la literatura, para explicarse como hombre de letras en los saberes que maneja más que con destreza límpida y vigorosa, con conceptualización profunda y vital. De la filosofía a la crítica de arte, de la poesía al teatro, del examen literario a la evaluación estilística, de los significados de la poesía a la estética de la escritura. Y cuando coloca el ojo en la mirilla se paseará, como un marqués de las letras hondas y reflexivas, por los difíciles caminos del análisis de temas puntuales a los que el humanista no puede sustraerse y donde nos deja, en medida tal vez mayor a las do los otros apartados del libro, el sabor del delicioso reencuentro con el discreto encanto de los valores del arte y la literatura.

Todavía encontrará espacio el autor para los tópicos urgentes: las censuras, las alabanzas y las controversias, a las que León David, como buen renacentista, como hijo de la clasicidad y como padre de sus criaturas escriturales fundadas en la más robusta humanidad, no dejará de lado, encontrando motivos para desmontar construcciones artísticas o literarias con las que no comulga, elevar aquellas en las que encuentra afinidades legítimas, y forjar el debate con los juicios intelectuales con los que discrepa. No rehuye la controversia, porque la controversia es parte de la literariedad y del haber artístico e intelectual. Desde luego, no hace la garata del débil, que se solaza en el denuesto y la arrogancia, deja simplemente sentadas sus percepciones y querencias, sus concepciones y fijezas intelectuales, dejando a los otros el navegar sobre sus propios intereses y realidades. Cito de nuevo a Saúl Yurkievich: “La literatura nos hace vivir las vivencias de todas las humanidades”.

Como crítico, de arte o de literatura, León David tiene sus coordenadas bien definidas. La crítica hace a rato que no tiene formas definitivas, aunque a estas alturas algunos todavía sostengan lo contrario. Cada cual toma su caudal de conocimientos, cuando se tienen, y los utiliza en el examen de la realidad literaria que enfoca al momento. Hay normas generales, pero no específicas. Vayamos, por ejemplo, de uno a otro confín. Mario Benedetti habla de que hace una crítica cómplice. Yurkevich dice que escribe una crítica concentrada, que aspira a ser medulosa, instalándose en su núcleo generador y emisor, ajeno a citas, a referencias librescas, a servidumbres bibliográficas. Una crítica –dice el reconocido escritor argentino que no presuma de saberes originales, privativos, que rehúya la especialización, la pedagogía, la inteligibilidad simplificadora. Harold Bloom afirma ejercer una crítica no teórica, sino empírica y pragmática. Mucho antes, Francis Bacon, que suele citar mucho Bloom, sugería una crítica que no contradijera ni impugnara, que no fuera hecha para creer o dar por sentado, ni para hallar tema de conversación o de disertación, sino par sopesar y reflexionar.

León David hace la crítica que juega con el saber desde su propia naturaleza funcional, o sea, la que se construye sobre un ejercicio intelectual desde el cual se levanta toda construcción verbal y todo lenguaje de signos. No puede entenderse ni valorarse ni enseñarse la literatura sin lecturas. Y este autor, dueño de profundas ae invariables concepciones sobre el quehacer de la literatura y sus variables, sabe acogerse a los dictámenes que genera el conocimiento para evaluar con propiedad y certezas múltiples, los alcances de la obra literaria. Este es el aporte que deja la lectura de estos ensayos de León David. La seguridad de encontrarnos frente a un intelectual de méritos forjados en el conocimiento y examen a profundidad de las obras fundamentales de la literatura universal. Y traspasar ese saber y esa experiencia de lector con el que se ha construido el crítico de maneras y ejercicio propio, distintivo y lúcido, que es sin dudas, a los que deseen abrevar en esa fuente de incontrastables valores y de singular trascendencia.

Por eso, Cálamo Currente no es un libro de recopilaciones de ensayos dados a conocer en la prensa o ante distintos auditorios. Es una muestra ejemplar de los conocimientos y del fuerte armazón cultural de que hace galas León David, de su prosa iluminante, de su estilo distintivo, de su letra disfrutable y de su disciplinado enfoque sobre la literatura y el arte de ayer y de hoy. Hombre del Renacimiento, humanista de nuestro tiempo, insertado en el hoy para que los lectores se integren a su estética de perspectivas intelectuales sólidas y permanentes, y al placer de la reflexión poética más aguda y perspicaz que podamos disfrutar.




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